Del minúsculo terrón insular de Coche, colocado cual guardián marino frente a Las Marites, en
Margarita, y de Araya, en el estado Sucre, equidistante apenas unos quince
kilómetros de ambas costas, embadurnado
de sal y yodo, aturdido de sol, redimido de luna, acaso de la mano de
Egeria, divinidad de Camenas, ninfa de las aguas, de las fuentes inextinguibles,
y de la inspiración lumínica de Numa (Numa Pompilio), o conducido al portentoso
Orinoco en las alas maravillosas del Águila
Tonante, o de un gnomo, elfo, duende, posiblemente de Tchin, conducido a
los rumbos de tierra firme bajo los efectos
del eretismo de una vibración hierática, hasta abismarse ante el sorpresivo encuentro con la mágica presencia lapídea, erecta en medio del padre de nuestros ríos,
donde afinca su paso itinerante.
Nace en San Pedro de Coche un 26 de septiembre y en las distancias del tiempo, cuando las aguas del mar alborotadas
arrancaron las piedras, desplazaron las arenas, redujeron a un puño el territorio natal y golpearon furiosas los hombrillos de
otras islas cercanas y lobanillos
peninsulares, tal vez de los lejanos
océanos y de Pangea, una indivisible chispa le propicia el talento, le
traza cien mil caminos de candiles laudables para desparramar de inestimables
bienes a su otra patria chiquita. Conozco al
cronista Fernández de vista y trato, y
tengo firme convicción de sus valiosas actuaciones, indudable pedestal
para el recuerdo y legítima satisfacción.
De verdad, me llena de alegría su dedicado empleo
a la cultura de la famosa Angostura, «odalisca tendida al cuello del agua», cerca del emporio rocoso; el don del morocoto; la cíclica aparición de la
sapoara, de invariable ortografía,
ocasionalmente tortugas, bagres, babillas y bandadas de plumíferas que
cunden de cánticos sus ámbitos y riberas. ¡Salve, y que viva la creatividad
del tesonero amigo que impone la tenacidad en provecho del espíritu y del saber que jamás fallece en el signo
de las mejores causas!
(Tomado del libro “Inteligencia venezolana” de
Anibal Laydera Villalobos)
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