Luego de casi 2.500 años, entre nosotros, los guayaneses, se encuentra un perfecto y digno émulo de Herodoto de Halicamaso. Vive en Ciudad Bolívar y por más señas responde al nombre de Américo Fernández, memoria viviente de la región y cronista de hechos y perplejidades.
Cicerón, el gran orador y tribuno romano, bautizó a Herodoto como “el padre de la historia”, pues fue éste quien primero plasmó con rigor, con pasión, afecto y constancia la historia de los tiempos de Pericles y de mucho antes de esa época. Con esa misma entrega a través de libros y sobre todo de una columna diaria titulada Tópicos y semblanzas, Américo Fernández nos desgrana con fluidez, y no poca amenidad, las cuitas, las amarguras, las hazañas, alegrías y enconados sinsabores de estos parajes que albergaron leyendas, ataques piratas, actividades artísticas, correos áureos, guerras de independencia y no pocas aventuras.
Como Herodoto, Américo Fernández considera su deber informar, indagar, recopilar, explorar y saber, conocer, para poder transmitir ese racimo de circunstancias, fechas y retratos, pintados con acierto de pulso sereno y sabio, de los personajes que colmaron la historia de Guayana y la del país. Y lo hace con fruición, con deleite. En una entrevista, para Commodities Venezolanos, revista de publicación trimestral, refirió Fernández:
“La historia es una cadena de sucesos con muchos protagonistas. Protagonistas democráticos apoyados en la fuerza cívica popular y protagonistas autoritarios apoyados en las fuerzas de las armas”.
Cuando en la referida entrevista se le inquirió acerca de qué le gustaría presenciar si pudiera utilizar la máquina del tiempo soñada por H.G. Wells, no dudó en contestar: “Particularmente por su relación con Guayana la batalla de la Somme, el primero de julio de 1916 (Primera Guerra Mundial), donde un guayanés participó y las noches románticas, casi obligadas del pintor Jesús Soto en el Barrio Latino de París para sobrevivir y triunfar como uno de los pioneros del arte óptico”.
En sus juicios, en ese apostolado por recabar la verdad y desentrañar el pasado remoto y no tan distante, y llevarla a sus semejantes en forma sencilla, tal cual Herodoto (otra feliz coincidencia con el escritor de 400 a.C.), se aprecia una honesta dedicación a su oficio, sobre el que está muy claro que no hubiese querido ningún otro.
La gran diferencia con el historiador de la antigüedad es que Américo Fernández está siempre urgido por la tiranía de la edición diaria, eso hace que su labor sea aún más exigente, más sacrificada y valiosa, sobre todo a sus provechosos 70 años de edad. Muy probablemente tenga razón Fernández, cuando afirmó en la entrevista citada que:
“La vida es una aventura del cuerdo y el soñador implacable que todos llevamos por dentro...”.
En Guayana somos bastante afortunados de contar con un digno y desvelado sucesor del gran Herodoto, Américo Fernández. Un gran valor humano
Cicerón, el gran orador y tribuno romano, bautizó a Herodoto como “el padre de la historia”, pues fue éste quien primero plasmó con rigor, con pasión, afecto y constancia la historia de los tiempos de Pericles y de mucho antes de esa época. Con esa misma entrega a través de libros y sobre todo de una columna diaria titulada Tópicos y semblanzas, Américo Fernández nos desgrana con fluidez, y no poca amenidad, las cuitas, las amarguras, las hazañas, alegrías y enconados sinsabores de estos parajes que albergaron leyendas, ataques piratas, actividades artísticas, correos áureos, guerras de independencia y no pocas aventuras.
Como Herodoto, Américo Fernández considera su deber informar, indagar, recopilar, explorar y saber, conocer, para poder transmitir ese racimo de circunstancias, fechas y retratos, pintados con acierto de pulso sereno y sabio, de los personajes que colmaron la historia de Guayana y la del país. Y lo hace con fruición, con deleite. En una entrevista, para Commodities Venezolanos, revista de publicación trimestral, refirió Fernández:
“La historia es una cadena de sucesos con muchos protagonistas. Protagonistas democráticos apoyados en la fuerza cívica popular y protagonistas autoritarios apoyados en las fuerzas de las armas”.
Cuando en la referida entrevista se le inquirió acerca de qué le gustaría presenciar si pudiera utilizar la máquina del tiempo soñada por H.G. Wells, no dudó en contestar: “Particularmente por su relación con Guayana la batalla de la Somme, el primero de julio de 1916 (Primera Guerra Mundial), donde un guayanés participó y las noches románticas, casi obligadas del pintor Jesús Soto en el Barrio Latino de París para sobrevivir y triunfar como uno de los pioneros del arte óptico”.
En sus juicios, en ese apostolado por recabar la verdad y desentrañar el pasado remoto y no tan distante, y llevarla a sus semejantes en forma sencilla, tal cual Herodoto (otra feliz coincidencia con el escritor de 400 a.C.), se aprecia una honesta dedicación a su oficio, sobre el que está muy claro que no hubiese querido ningún otro.
La gran diferencia con el historiador de la antigüedad es que Américo Fernández está siempre urgido por la tiranía de la edición diaria, eso hace que su labor sea aún más exigente, más sacrificada y valiosa, sobre todo a sus provechosos 70 años de edad. Muy probablemente tenga razón Fernández, cuando afirmó en la entrevista citada que:
“La vida es una aventura del cuerdo y el soñador implacable que todos llevamos por dentro...”.
En Guayana somos bastante afortunados de contar con un digno y desvelado sucesor del gran Herodoto, Américo Fernández. Un gran valor humano
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