Américo Fernández
Profeta en otra tierra
Por Javier Auqué Lara.
Como las brujas en "La Tragedia de Macbeth", de William Shakespeare, vaticinan al duro "thane" de Cawdor: "¡Salve, Macbeth, que en el futuro serás Rey!", en uno de sus aquelarres, yo fungí de gratuito arúspide al predecir que Américo Fernández aseguraría para sí "cuando caigan los bosques, muera el hombre, y al final de los años, canta el cisne", para decirlo con un laureado poeta, el lauro consagratorio en un escrito que firmé, a propósito de la aparición de su magnifica obra "Historia del Estado Bolívar".
Algo de lo esbozado entonces parece comenzar a materializarse: la adopción del volumen por parte de algunos organismos oficiales como texto indicado para el saludable estudio de la Historia, tanto entre docentes de la primaria y secundaria, como entre los de estudios superiores o especializados.
Otro de los aspectos si se ha cumplido a cabalidad. Me refiero a la exaltación de este intelectual estudioso de la Academia de la Historia, por su puerta más amplia y brillante, pues el verso de DéAnnunzio confronta un axioma irrefutable: "Del tiempo la ardua sentencia". Que es, exactamente, lo acontecido a este escritor y periodista sembrado en Guayana para llevar a conocimiento de la Nación y del Continente la vida de una región pródiga, grata y extraordinaria como la que más.
La noticia en referencia provino de una información de Venpres, firmada por el periodista Gustavo Naranjo Jr. y publicada en el vespertino El Mundo. Pocas satisfacciones han hecho latir mi corazón como esas 43 líneas. Y, consiguientemente ha derivado de ello una necesaria conclusión: si todos practicamos la lección impartida por este maestro, ahora togado, que es Américo Fernández, al tomar a la provincia como base y objetivo obligados de sus ensayos para lanzar su nombre como catapulta hacia la consagración, entonces otro sería el acervo histórico, cultural y científico de esta América nuestra.
En Américo Fernández el hecho histórico pasa en forma castigada por la alquitara de su privilegiada pluma, para convertirse en agua clara, fresca y transparente y llegar hasta el lector para constituirse en saludable tónico para su cultura en ciernes. Que en una consideración colateral, es la verdadera función de escriba y testigo de la epopeya del hombre a su paso sobre el globo terráqueo. El sociólogo con Arnold J. Toynbee a la cabeza viene después. La piedra sillar o angular la labra y coloca el historiador autentico, veraz, incontaminado, vertical.
Con lo afirmado por Agathon, filósofo griego del Siglo IV antes de Jesucristo, en el sentido de que "ni Dios puede cambiar al pasado" el intelectual ha enfrentado y respetado la grandeza de esta importante disciplina. La misma de don Miguel de Cervantes Saavedra, quien dice en su obra: "El ingenioso Hidalgo, Don Quijote de la Mancha", "La historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado; ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir", y de ningún modo como lo afirmado por Anatole France con su inconfundible estilo, la historia, impurita y disoluta, vendida a los poderosos, sostenida a sueldo de los reyes, enemiga de los pueblos, mísera y falsa".
La disciplinada, metódica y elevada actitud de Américo Fernández en Guayana, ha servido igualmente para dar vigencia a la bíblica admonición del Divino Maestro, cuando en Nazareth, su patria chica, exclama, no sin dolor, "¡Nadie, es profeta en su tierra!", sacras palabras que el apóstol San Marcos se encarga de trasmitir a la posteridad en un elevado magisterio para ser grabadas en oro en el alma misma de los pueblos
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